martes, 18 de marzo de 2014

Por los confines de Cuenca: El Pozuelo.

Con estos domingos de sol y primavera a punto de florecer cualquiera se queda en casa. El lugar escogido esta vez han sido las tierras de El Pozuelo, en el límite ya con Guadalajara.
Tras una subida llena de curvas por la CUV-9201 aparece una solitaria torre de vigilancia forestal, y casi a sus pies el mirador de Cerro Caballo, desde el que se domina una gran extensión de terreno serrano.
Si observamos atentamente, a lo lejos se divisa la Ermita de Nuestra Señora de los Hoyos, solitaria, erguida entre un mar de pinos y piedras. Desde esa altura y a esa distancia uno se hace consciente de la insignificancia del hombre en comparación con la naturaleza que la rodea, y eso que la ermita no es precisamente pequeña, como comprobaremos poco después. 
En el mirador, el cartel informativo nos va describiendo los nombres de distintos parajes que se pueden ver desde este punto: Hoz de Tragavivos, Barranco de la Hoz Somera, Barranco de Valdehambre, Embalse de Chincha, Santa Cristina; así como la localización de núcleos de población próximos, aunque no siempre visibles por lo accidentado del terreno: El Pozuelo, Carrascosa de la Sierra, Cañizares; y los ríos próximos, como el Guadiela, viejo conocido que después visitaremos ese mismo día en Toriles o el Río Palomares.   
  
Llegamos a El Pozuelo, aunque no nos detenemos en esta ocasión en la población, tomando directamente el desvío hacia la ermita. Donde si hacemos un alto es en el curioso "pino seco" que corona un montículo de piedras apiladas al lado de un huerto solar. 



Bajamos hacia la ermita, que parecía más cercana. Impresiona el silencio y la soledad de estos parajes, solo rota por el cencerro de algunas vacas, que pastan o toman el sol tranquilamente a ambos lados del camino cerca de un arroyo. 

 Dentro de un cercado observamos la ermita de Nuestra Señora de los Hoyos, a la que no pillamos en su mejor momento, pues está en obras, con dos enormes montones de arena destinados a las mismas frente a su puerta y uno de los laterales, por lo que decidimos visitarla en mejor ocasión, tal vez poco antes de la romería de agosto en que nos presente su mejor cara y tal vez podamos acceder a su interior. 




A la vuelta nos detenemos de nuevo en el mirador, despidiéndonos del paisaje hasta una próxima visita, ya que en esta tierra aun queda mucho por ver incluso bajo su superficie, dejando la solitaria atalaya desierta, sin ojos vigilantes que nos puedan avisar con tiempo en caso de incendio. 









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