jueves, 17 de mayo de 2018

CAMINO PORTUGUÉS DEL INTERIOR. DIA 1: DE TUY A MOS. PRIMERA PARTE.


La propia etimología de la palabra peregrinación ya implica la idea de viaje, en otros tiempos plagado de peligros y lleno de sacrificios y penalidades, ahora no parece tan grave la cosa, o si. Depende de como te plantees hacer el camino o como te lo haga plantear tu realidad, pero si no se dan una serie de situaciones inciertas o dificultades que pongan a prueba al peregrino, poca intensidad tendrá y el Camino perderá el carácter transformador. Llegar a Santiago (o a Finisterre) en si no tiene valor por si mismo, es el proceso que va teniendo lugar lo que le da sentido, pasar por situaciones más o menos incómodas que requieran esfuerzo para ser superadas, autorreflexión para poder crecer y empleo de distintas habilidades que permiten sacar del interior una energía insospechada y alcanzar un “estado de flujo” mientras caminas.  

Voy a decir cosas de perogrullo, pero hay muchas maneras de salir a hacer el camino, incluso hay gente que vive en el Camino. Esto influye mucho en el día a día y en la forma de ver las cosas, pero más importante aun, en la percepción que uno tiene de si mismo y de como te ven los demás cuando llegas a los sitios. Por ejemplo, no es lo mismo tener donde dormir y ducharte que no saber de antemano donde te vas a quedar esa noche e incluso al final de la jornada no tener un “sitio” donde quedarte. Hay personas que antes de salir de su casa ya lo tienen todo planificado al milímetro, con el alojamiento de cada noche reservado y el itinerario establecido por completo, paradas incluidas, sin sorpresas. En mi opinión eso puede que sea hacer el Camino, pero es un camino “aséptico”, sin posibilidad de “magia”. Ni que decir cuando tienes “un paquete” contratado, un guía a tu disposición, un servicio de recogida de mochila (o maleta) y taxi, descansos programados, reserva previa en albergue privado, habitación individual, etc. Desde siempre cada uno hace el camino según sus posibilidades, existiendo a lo largo de la historia peregrinos ilustres como Alfonso II el Casto, Alfonso III el Magno, los propios Reyes Católicos y no pocos obispos y nobles que es de suponer no lo harían en las mismas condiciones que los miles de peregrinos anónimos que carecían de recursos o los iban agotando y se exponían de verdad al peregrinar a Santiago.  

Hace casi dos meses nos llegó al Albergue de Villaconejos un peregrino especial llamado Alberto, tal vez el caso más extremo que conozco. Un día decidió salir a caminar y así estuvo durante cinco largos años, haciendo un total de 22.000 Km por diversos países de Europa, tras visitar Santiago por enésima vez, Alberto volvía a su pueblo de Valencia en sentido contrario al Camino de la Lana, con lo que eso implica a nivel de falta de señalización, dudas y posibilidad de perderse, y más como iba: sin GPS, teléfono móvil ni dinero, buscando solo acogida con una sonrisa en la cara y maneras tranquilas. La conclusión que nos presentaba a Pepe y a mi en la cueva era que había más gente amable en el mundo de la que creíamos. Pero vayamos al relato que nos ocupa. 

Esa noche duermo maravillosamente bien, Pablo me ha preparado una habitación estupenda, con una cama cómoda y grande, e incluso baño propio. Todo un lujo, mejor aun que en mi propia casa. Aunque hace años que no salgo como peregrino a pie, soy consciente de que las noches siguientes todo será distinto. Es en este momento cuando se presentan las típicas dudas de quien no es un peregrino habituado y que ya experimenté hace unos años cuando me dirigía a San Jean a Pie Port en el autobús de Pamplona. 

Me despierto antes de la hora prevista y me asalta el pensamiento de que tal vez llevo demasiado peso. Saco ropa de la mochila: unos pantalones desmontables nuevos aparte del que llevaré para caminar y otro que dejo, unos pantalones cortos, una camiseta y un jersey que había echado “por si acaso”… ¿Por si acaso qué?  Tras meditarlo mucho decido dejar “las botas de lluvia” que son más nuevas y me pueden hacer ampollas y me llevo unas zapatillas de montaña muy cómodas y usadas en múltiples jornadas cortas de senderismo pero que no son impermeables, al fin y al cabo parece ser que no lloverá…. pero cualquiera sabe en Galicia…   

Dejo también el objetivo de 14mm y reduzco mi equipo fotográfico a una Pentax K-5 y al 18-55mm que viene de serie, me veré limitado en interiores, pero ya de por si una reflex supone un armatoste que acomodo como puedo en una mochila delantera que dificulta mis movimientos y da mucho “el cante”… de nuevo miedos. Cuantas más cosas llevas más miedo tienes a perderlas, entonces por lógica tu no “tienes” las cosas, si no que las cosas “te tienen” a ti, limitándote. 

Dejo las llaves del coche, que se queda en el garaje de Pablo, también las de mi casa a 600 Km de allí. Me resulta extraño no sentir su peso en mi bolsillo y me da una cierta inseguridad, sin casa, sin coche…. pienso, bueno, si ocurre algo siempre puedo llamar a Pablo, Javier, Fernando o Elena, una amiga que vive en Mos… de nuevo miedos… en realidad eso creo que es lo que llena mi mochila: el miedo.  

Dos latillas de sardinas, una manzana, un plátano, un par de bocadillos, una tableta grande de chocolate… quiero gastar lo menos posible, así que me toca cargar con ello. También echo en la mochila una pequeña talla de Santiago a la que pretendo hacer fotos en cada lugar emblemático del Camino. Hago la primera en la terraza de Pablo.


Salgo tarde a caminar. Hemos quedado en salir hacia Tuy a las nueve, sin prisa. A pesar de su ciática mi anfitrión propone ir antes a desayunar a Portugal. Suena bien ¿Por qué no? Lo trae el camino y a nadie le amarga un dulce. Así que conduzco su coche, el va bastante fastidiado pero insiste en llevarme en persona y luego traérselo de vuelta.  Nos tomamos un buen café con pastelillos en A Flor das Cereijas y después vamos a Tuy, donde me despido de él hasta dentro de cuatro días, cuando se supone que vuelvo en tren a por el coche tras cumplir mi peregrinación, quiero ir rápido para encontrarme con mi amiga Aran, que me ha enviado una terrorífica foto de sus ampollas tras varios días caminando desde Oporto. Confío en alcanzarla en dos días, y volver a tiempo para la Marcha de las Flores en Villaescusa de Palositos (Guadalajara). 



Me quedo solo en la parte baja de la ciudad, aun no veo ninguna señal aparte de las del tráfico, por lo que dudo hacia donde ir. Lo más lógico es ir hacia la Catedral de Santa María, que se ve a lo lejos en la parte alta, entonces veo las primeras flechas y vieiras: empiezo el Camino.  


Cuando llego a la Catedral saco la credencial y me acerco al mostrador de entrada… Francamente, no sé si es que Pepe nos tiene mal acostumbrados con sus abrazos, pero la bienvenida a Tuy la encuentro un tanto fría. Me da la impresión de que tengo un aspecto extraño: Al tener la garganta mal y hacer fresco en Galicia, esa mañana llevo puesto un jersey de lana de cuello alto, tal vez un poco exagerado, pero que me recomendó la noche anterior mi amigo Fernando Magdalena mientras yo a cambio le di una charla magistral de experto en prevención de ampollas. Para colmo, a juego con el jersey, los pantalones que he escogido para andar son unos desmontables con la pieza de arriba ligeramente distinta de la de abajo, ya que a mis pantalones preferidos “de andar” les quemé el culo con la plancha días atrás…

Tras poner el segundo sello de mi credencial (el primero es del Camino de la Lana y me lo puso Pepe) le doy al chico de recepción una flecha amarilla del Camino explicándole su origen, este se queda mirándome como si fuera un bicho raro que va a pedirle algo y la deja con indiferencia sobre el mostrador, sin ni siquiera alargar la mano para cogerla (perdóname Eduardo Busquiel porque a veces no se lo que hago). 

Eso si, la catedral maravillosa, para pasar toda la mañana en ella, pero me tengo que ir. Busco la capilla de Santiago el Mayor, hago unas fotos del interior echando en falta el 14 mm y el trípode. Como el lugar es ideal para hacerse una foto con la talla de Santiago me dispongo a sacarla de la mochila y entonces me doy cuenta de que se ha quedado olvidada en la terraza de Pablo al hacerle su primera y única foto del camino. (Continuará)


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