miércoles, 16 de mayo de 2018

CAMINO PORTUGUÉS DEL INTERIOR. DIA 0: VIAJE EN COCHE DESDE CUENCA-VIGO.


El día anterior tuvimos peregrinos en el albergue, la Alemana Sidonia y el francés Daniel y la posterior cena en la Cueva de Pepe. Salgo sin madrugar demasiado, con un dolor de garganta que arrastro desde hace días, viajando sin prisa, aunque consciente de la duración del trayecto hasta Galicia. Pretendo pasar cuanto antes Madrid, aunque otras veces he conducido por el mismo centro de la Capital sin problemas y ahora solo es un tramo de M40, no me gusta nada, prefiero ir por carreteras menos concurridas y disfrutar del aspecto que presentan los campos con los colores que ha traído la primavera, subiendo incluso por Guadarrama donde me detengo unos minutos, después continuo por San Chidrián y voy pasando numerosos nombres ligados a la historia de Castilla, cada uno de los cuales merecería un viaje exclusivo para conocerlos: Arévalo, Medina del Campo, Rueda, Tordesillas… y eso sin contar con otras ciudades cercanas, como Segovia, donde habita Eduardo Busquiel, a quien pretendo pasar a la vuelta a dar un abrazo, e incluso convencer para que se venga conmigo a la Marcha de las flores, que tendrá lugar el Sábado 12 en Villaescusa de Palositos (Guadalajara) donde pienso estar de vuelta… o al menos esa es mi intención inicial, pero uno propone y el Camino dispone.

En la mochila llevo una cajita con 33 de sus flechas amarillas, que son mágicas, y para quien no crea en estas cosas al menos están hechas con gran amor hacia los peregrinos por alguien que los conoce muy bien, alguien que sabe que a veces las fuerzas flaquean, que a veces uno se pierde y no encuentra esas señales que nos dicen que estamos en el camino correcto.  

Además de las flechas llevo una medalla del Camino de la Lana para entregar a mi amiga Aran Han, de Corea del Sur, viajera y antigua compañera del Camino Francés. También llevo otros objetos del Camino que allí quedarán porque pertenecen a él: la calabaza de Gema Lola, otra peregrina incansable, la "Mano de la Amistad" de Mocho, que me dio Elidio Fernández, la "almeja" de Pedro Antonio, hospitalero de Alatoz y una talla de madera recuerdo de mi primer viaje a Santiago de Compostela, cuando aun no sabía que algún día volvería a pie desde Francia.  


Podría haber parado en cualquiera de estos sitios, pero me detengo a descansar en un pueblo llamado Vega de Valdetronco, me llama la atención a parte del nombre, que no lo veo hasta que no estoy casi en el pueblo una ermita en ruinas que se ve a lo lejos. Resulta que es la Ermita de Canteces, que se incluye en la lista roja de patrimonio, contándose su historia en el siguiente enlace, que habla de que fue parroquia hasta 1711 y posteriormente cementerio, en ella existía una talla de Nuestra Señora de Canteces de extraordinario valor pero desaparecida al ser vendida por un cura.

Allí tomo algo, paseo, hago unas fotografías y luego continuo mi viaje hacia Galicia… El nombre del pueblo me suena de un post que puso Alvaro Lazaga hace unos días… ojalá lo encuentre y me pueda tomar algo con él. Aunque en el siguiente descanso veo en Facebook que ya no esta por la zona. Este hombre no para.




 Los pueblos, ciudades y provincias van quedando atrás, llegando a un punto en el que me suenan sus nombres de cuando hice el Camino Francés… Astorga, Ponferrada, Pedrafita do Cebreiro… ¡Cuantos recuerdos, y eso que hace ocho años ya! Algunos de los peregrinos recientes de la Lana que han pasado por Villaconejos están por esas tierras, como Joaquín el Murciano, con quién tenemos comunicación casi diaria y uno siente el impulso de llamar y decir eso de “pasaba por aquí”… pero continúo. 

Entre tanto, según Google Maps voy llegando a mi destino, así que llamo a mi anfitrión, Pablo Novoa, que lleva unos días con ciática. Le digo que ya estoy cerca de su casa, cercana a la desembocadura del Miño, la frontera portuguesa y Tui, por lo que es un lugar inmejorable para dejar el coche y continuar el camino a Pie como peregrino, donde espero encontrarme con Aran Han, que partió hace unos días desde Porto haciendo el Camino Portugués del Interior y que ha hecho buenas migas con un grupo que lleva buen ritmo a pesar de sus ampollas, pero yo quiero empezar desde Tuy, porque ya que estoy quiero dedicar este camino a alguien que ya no puede caminarlo conmigo, ni enseñarme su tierra como me propuso unos meses antes de ser atropellada justo el día del sorteo de Navidad de hace tres años. Cosas que se dejan pendientes con un “ya lo haré” y que por el Destino, la Fatalidad o las leyes de la física ya nunca más se pueden llevar a cabo, o al menos no de la misma manera, porque cada decisión que tomamos o dejamos de tomar implica una consecuencia de la que muchas veces ignoramos sus efectos hasta que nos lo dice el tiempo. 



Estoy en Galicia por fin, y entonces la “magia del camino” empieza a funcionar…  descubro que la distancia y el tiempo entre dos puntos son muy relativas, que los algoritmos de cálculo de rutas de Google Maps y el GPS no tienen en cuenta ciertos factores y son más desorientativos que orientativos… tras dar unas vueltas llego a Vila Nova de Cerveira, donde había quedado con Pablo Novoa y Fernando Magdalena, pero ya no están… Los llamo de nuevo, me dicen que vaya a la Praza do Calvario, en O Rosal… De nuevo a entenderme con el GPS… hasta que tras perderme dos veces más me doy cuenta que será más fácil preguntarle a un señor que está dándole a la azada en un huerto cercano.

Cuando llego a O Rosal, allí me los encuentro, a Pablo Novoa y Fernando Magdalena, me faltan otros dos “Mosqueteros” para que el cuadro esté completo: Fernando Javier Costas Goberna, que veré en unas horas, y Paulino López Segura, que sigue mis andanzas desde el lejano Panamá, pero que maneja hilos en la distancia. 




Dicen que hay que tener amigos hasta en el infierno, yo digo que es mejor tenerlos en Galicia, y por muchos años. Cuando llegamos a casa de Pablo, después de instalarme, me sugieren ir a dar una vuelta a la localidad de A Guarda, allí me espera el Castro de Santa Tecla y el bonito puerto pesquero. Fernando Magdalena será mi guía, ya que Pablo prefiere quedarse a descansar. Lo que veo me deja sin palabras, así que mejor que hablen las imágenes, aunque no le hagan justicia a la puesta de sol que tengo la suerte de presenciar. Los celtas sabían lo que hacían, y lo siguen sabiendo. Uno casi puede sentir el humo de los hogares saliendo de las pallozas, y los aldeanos haciendo su labor cotidiana, mientras los vigías otean el horizonte por si hay naves enemigas a la vista. Finalmente el sol se oculta y bajamos al puerto. Llevo el equipo fotográfico bastante justo, tan solo una Pentax K5 con el 18-55 y un 14mm, ni siquiera trípode, ya que he salido a caminar, por lo que hago las fotos de las casas del puerto como mejor puedo.
   







Cuando volvemos a casa de Pablo, allí está Fernando Costas Goberna, al que saludo con alegría, no lo veía desde su estancia en tierras manchegas en una visita que hicimos a Calatrava la Vieja, y Calatrava la Nueva, También esta Juan, médico de profesión que ejerce en la zona y que nos tiene preparada una recepción inolvidable a base de Marisco y vinos de la tierra. La miel de la Alcarria del Pósito de Huete y las dos botellas de vino que traigo como detalle casi empalidecen ante el tamaño de las centollas y el sabor de los percebes y mejillones y me dejan claramente en deuda. Tras dar cuenta de vinos y marisco, y rehusar por decisión de la mayoría hacer unos filetes de ternera y una queimada, damos por concluida la reunión ni muy tarde ni muy pronto, como diría un gallego, ya que a la mañana siguiente comenzaré a andar como peregrino desde Tui.  (Continuará)



Galería fotográfica ampliada en Facebook y entradas relacionadas en Instagram 


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